
History of Spain
San Ignacio de Loyola: vida y legado
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San Ignacio de Loyola, nacido como Íñigo López de Loyola en 1491 en el castillo de Loyola en Guipúzcoa, España, fue el menor de 13 hermanos. Su juventud estuvo marcada por las vanidades mundanas y deseaba obtener fama militar, por lo que a los 20 años se incorporó a las tropas castellanas en la defensa de la ciudad de Pamplona contra las tropas francesas que apoyaban a Enrique de Albret en sus aspiraciones al trono de Navarra. Durante la batalla, resultó gravemente herido por una bala de cañón que le destrozó una pierna.
Tal herida le llevó casi a la muerte y tuvo que sufrir operaciones, soportando una larga convalecencia en cama que cambió el sentido de su vida, provocando una profunda conversión espiritual en su persona. Durante este largo tiempo, se dedicó a la lectura de textos religiosos sobre la vida de Jesús y de los santos. Decidido a cambiar su vida, en 1522 emprendió un viaje a Montserrat, donde dejó su espada ante una imagen de la Virgen María en señal de renuncia a su vida militar. Después vivió como un ermitaño en Manresa, dedicándose a la oración, la penitencia y la reflexión.
En este periodo experimentó visiones y revelaciones místicas que sentaron las bases para su obra más famosa: Los ejercicios espirituales. Esta guía de meditación y oración se convirtió en fundamental para la orden religiosa que Ignacio fundaría más tarde. Tras un tiempo de peregrinación a Tierra Santa y enfrentarse a varias dificultades, Ignacio comprendió que necesitaba una educación formal para servir mejor a Dios. Estudió en Barcelona, Alcalá y Salamanca, donde comenzó a atraer seguidores debido a su carisma y profunda espiritualidad.
Junto con un grupo de compañeros en la Universidad de París, entre ellos San Francisco Javier, formó una comunidad de amigos dedicados al servicio de Dios. Este grupo juró pobreza y castidad, comprometiéndose a llevar el mensaje cristiano a cualquier lugar del mundo. Finalmente, terminarían constituyéndose en orden religiosa: la Compañía de Jesús, que a los tres votos habituales unió uno especial de obediencia al Papa. En 1540, el Papa Paulo III aprobó formalmente la Compañía de Jesús, conocida como los jesuitas.
Ignacio fue elegido el primer superior general. Bajo su liderazgo, la orden se expandió rápidamente, centrándose en tres pilares principales: la educación, las misiones y la reforma espiritual. Los jesuitas se destacaron por fundar escuelas y universidades, muchas de las cuales siguen activas hoy en día, así como por llevar el cristianismo a regiones lejanas en Asia, África y América. La influencia de la Compañía de Jesús, gracias a sus colegios y universidades, ha sido notable por la excelente formación intelectual y religiosa de sus miembros.
San Ignacio dedicó los últimos años de su vida a consolidar la Compañía de Jesús, redactando sus constituciones, que establecían un modelo organizativo basado en la obediencia y la flexibilidad para adaptarse a las necesidades del momento. Murió en 1556 en Roma a la edad de 65 años. El legado de su vida fue tan grande que en 1622 fue canonizado por el Papa Gregorio XV junto con otros grandes santos como San Felipe Neri, Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y su compañero San Francisco Javier.
Entre sus obras sociales, San Ignacio de Loyola fundó varias instituciones de beneficencia y enseñanza en Roma, como la Compañía de Nuestra Señora de Gracia, la Compañía de las Doncellas Infelices o la Cofradía de Santa María de la Visitación de Huérfanos.
El legado espiritual de San Ignacio no solo se encuentra en sus escritos, sino que también tiene un enfoque práctico basado en el principio que guió su vida: encontrar a Dios en todas las cosas, viviendo con integridad la vida inspirada en el Evangelio.
Tal herida le llevó casi a la muerte y tuvo que sufrir operaciones, soportando una larga convalecencia en cama que cambió el sentido de su vida, provocando una profunda conversión espiritual en su persona. Durante este largo tiempo, se dedicó a la lectura de textos religiosos sobre la vida de Jesús y de los santos. Decidido a cambiar su vida, en 1522 emprendió un viaje a Montserrat, donde dejó su espada ante una imagen de la Virgen María en señal de renuncia a su vida militar. Después vivió como un ermitaño en Manresa, dedicándose a la oración, la penitencia y la reflexión.
En este periodo experimentó visiones y revelaciones místicas que sentaron las bases para su obra más famosa: Los ejercicios espirituales. Esta guía de meditación y oración se convirtió en fundamental para la orden religiosa que Ignacio fundaría más tarde. Tras un tiempo de peregrinación a Tierra Santa y enfrentarse a varias dificultades, Ignacio comprendió que necesitaba una educación formal para servir mejor a Dios. Estudió en Barcelona, Alcalá y Salamanca, donde comenzó a atraer seguidores debido a su carisma y profunda espiritualidad.
Junto con un grupo de compañeros en la Universidad de París, entre ellos San Francisco Javier, formó una comunidad de amigos dedicados al servicio de Dios. Este grupo juró pobreza y castidad, comprometiéndose a llevar el mensaje cristiano a cualquier lugar del mundo. Finalmente, terminarían constituyéndose en orden religiosa: la Compañía de Jesús, que a los tres votos habituales unió uno especial de obediencia al Papa. En 1540, el Papa Paulo III aprobó formalmente la Compañía de Jesús, conocida como los jesuitas.
Ignacio fue elegido el primer superior general. Bajo su liderazgo, la orden se expandió rápidamente, centrándose en tres pilares principales: la educación, las misiones y la reforma espiritual. Los jesuitas se destacaron por fundar escuelas y universidades, muchas de las cuales siguen activas hoy en día, así como por llevar el cristianismo a regiones lejanas en Asia, África y América. La influencia de la Compañía de Jesús, gracias a sus colegios y universidades, ha sido notable por la excelente formación intelectual y religiosa de sus miembros.
San Ignacio dedicó los últimos años de su vida a consolidar la Compañía de Jesús, redactando sus constituciones, que establecían un modelo organizativo basado en la obediencia y la flexibilidad para adaptarse a las necesidades del momento. Murió en 1556 en Roma a la edad de 65 años. El legado de su vida fue tan grande que en 1622 fue canonizado por el Papa Gregorio XV junto con otros grandes santos como San Felipe Neri, Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y su compañero San Francisco Javier.
Entre sus obras sociales, San Ignacio de Loyola fundó varias instituciones de beneficencia y enseñanza en Roma, como la Compañía de Nuestra Señora de Gracia, la Compañía de las Doncellas Infelices o la Cofradía de Santa María de la Visitación de Huérfanos.
El legado espiritual de San Ignacio no solo se encuentra en sus escritos, sino que también tiene un enfoque práctico basado en el principio que guió su vida: encontrar a Dios en todas las cosas, viviendo con integridad la vida inspirada en el Evangelio.